¡Redoble de tambores y a cantar! En esta versión a capela de Pentatonix, viajamos con un humilde niño que acaba de enterarse del nacimiento de un Rey. Todos acuden con sus mejores regalos, pero él no tiene oro ni incienso… solo su tambor. Entre "pa-rum-pum-pum-pum" y coros vibrantes, el niño decide ofrecer lo único que posee: su música, tocada con todo el corazón frente a María, el buey, el cordero ¡y el mismísimo recién nacido!
El resultado es una sonrisa celestial que nos recuerda una lección atemporal: no importa el tamaño del regalo, sino la sinceridad con la que se entrega. La canción celebra la generosidad, la humildad y el poder unificador de la música. Mientras escuchas, pregúntate: ¿cuál es tu “tambor” personal y cómo puedes compartirlo con el mundo?