Eleanor Rigby nos aleja del típico romance pop para pintarnos, con pinceladas de cuerdas y voces, un cuadro de soledad urbana. En solo dos minutos, The Beatles (sí, esos cuatro genios británicos) nos presentan a Eleanor, que recoge arroz de bodas ajenas, y al padre McKenzie, que remienda sus calcetines mientras escribe sermones que nadie escuchará. Son personajes anónimos que habitan la misma iglesia sin llegar nunca a encontrarse, símbolos de todas esas personas que vemos cada día pero a las que nadie presta atención. La canción repite como un eco la pregunta “All the lonely people, where do they all come from?”, invitándonos a mirar a nuestro alrededor y a reconocer a quienes viven al margen de nuestras ocupadas rutinas.
El estribillo se convierte en un recordatorio contundente: la soledad puede habitar incluso los lugares destinados a la comunidad y la fe. Al final, Eleanor muere y es enterrada sin dolientes, mientras el padre McKenzie limpia el polvo de sus manos en un funeral desierto. Con esta imagen, la banda critica la indiferencia social y nos anima a cultivar la empatía antes de que sea demasiado tarde. Así, detrás de su melodía pegadiza, Eleanor Rigby funciona como un pequeño cuento moral que nos reta a tender la mano a esos “lonely people” que quizá estén más cerca de lo que pensamos.