En I Don’t Wanna Live Forever, ZAYN, el carismático artista de Mali, y Taylor Swift nos invitan a espiar un momento de pura desesperación amorosa. La canción retrata a dos amantes que, tras una ruptura, no logran conciliar el sueño ni encontrar consuelo. Se pasan las noches "con los ojos bien abiertos", dudando si perdieron al amor de su vida o si, en realidad, esquivaron una bala. Cada verso late con ansiedad: teléfonos que no suenan, taxis que conducen a lugares vacíos y la sensación de que todo lo bello se volvió gris.
El estribillo martillea un mensaje claro: "No quiero vivir para siempre si es para vivir en vano". Esa línea revela la magnitud del vacío que sienten. Más que buscar consuelo en otro lugar, ambos repiten el mismo ritual —marcar y marcar el número— convencidos de que solo la voz del otro puede salvarlos. Así, la canción se convierte en un himno de la obsesión romántica, donde el miedo a la soledad pesa más que cualquier promesa de futuro. Un viaje emocional intenso que combina vulnerabilidad y pasión en cada nota.