Amelie se sumerge en el recuerdo de un encuentro relámpago. El yo lírico nos cuenta cómo, sentado en un sofá, conoció a una chica capaz de "abrirlo" por dentro con preguntas que iban desnudando su identidad. La conversación fue tan intensa que a las once de la noche él ya tenía memorizado cada rasgo de su rostro. Sin embargo, ella ni siquiera supo su nombre y ese desequilibrio marca desde el inicio una tensión romántica teñida de misterio.
A partir de ahí la canción gira en torno a una sola pregunta: ¿dónde fue Amelie? El estribillo repite esa búsqueda y sugiere que quizá todo fue un sueño, señal de la confusión y el anhelo del protagonista. Él estaría dispuesto a sacrificar sus días y entregarle su vida entera, aun sabiendo que sus palabras son a la vez nana y rito funerario. El resultado es una balada melancólica sobre la huella que puede dejar un vínculo efímero: una mezcla de fascinación, vulnerabilidad y la punzante duda de si algo tan potente pudo haber existido de verdad.