¿Qué es el amor? Esa es la gran pregunta que Lost Frequencies, el productor belga que lleva el deep y el tropical house por bandera, se hace en su versión 2016 del clásico noventero. Todo empieza con un médico que le anuncia a un tal David que no volverá a jugar al básquet, una metáfora de cómo una fractura física puede reflejar la ruptura emocional. A partir de ahí, el narrador repite Baby, don't hurt me mientras admite que entrega su cariño y no recibe nada a cambio. El tema contrasta un ritmo luminoso y playero con la vulnerabilidad de quien no sabe si seguir adelante o retirarse de la cancha del amor.
La letra oscila entre la confusión –“¿qué está bien y qué está mal?”– y la esperanza de recibir una señal que lo guíe. Bajo la superficie bailable se esconde el miedo a ser herido, una emoción universal que hace que la pista de baile se vuelva un espacio de catarsis colectiva. Al final, la canción nos recuerda que el amor puede doler, pero también nos impulsa a levantarnos, mover los pies y seguir buscando respuestas al compás de cada beat.