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De La Raya Nadie Se Pasa Lyrics by Los Alegres Del Barranco Los Alegres Del Barranco

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Acto Segundo
Habitación blanca del interior de la casa de Bernarda. Las puertas de la izquierda dan a los dormitorios. Las hijas de Bernarda están sentadas en sillas bajas, cosiendo. Magdalena borda. Con ellas está la Poncia
Angustias: Ya he cortado la tercer sábana
Martirio: Le corresponde a Amelia
Magdalena: Angustias, ¿pongo también las iniciales de Pepe?
Angustias: No
Magdalena: Adela, ¿no vienes?
Amelia: Estará echada en la cama
La Poncia: Ésa tiene algo. La encuentro sin sosiego, temblona, asustada, como si tuviera una lagartija entre los pechos
Martirio: No tiene ni más ni menos que lo que tenemos todas
Magdalena: Todas, menos Angustias
Angustias: Yo me encuentro bien, y al que le duela que reviente
Magdalena: Desde luego hay que reconocer que lo mejor que has tenido siempre ha sido el talle y la delicadeza
Angustias: Afortunadamente pronto voy a salir de este infierno
Magdalena: ¡A lo mejor no sales!
Martirio: ¡Dejar esa conversación!
Angustias: Y, además, ¡mas vale onza en el arca que ojos negros en la cara!
Magdalena: Por un oído me entra y por otro me sale
Amelia: Abre la puerta del patio a ver si nos entra un poco el fresco
Martirio: Esta noche pasada no me podía quedar dormida del calor
Amelia: ¡Yo tampoco!
Magdalena: Yo me levanté a refrescarme. Había un nublo negro de tormenta y hasta cayeron algunas gotas
La Poncia: Era la una de la madrugada y salía fuego de la tierra. También me levanté yo. Todavía estaba Angustias con Pepe en la ventana
Magdalena: ¿Tan tarde? ¿A qué hora se fue?
Angustias: Magdalena, ¿a qué preguntas, si lo viste?
Amelia: Se iría a eso de la una y media
Angustias: Sí. ¿Tú por qué lo sabes?
Amelia: Lo sentí toser y oí los pasos de su jaca
La Poncia: ¡Pero si yo lo sentí marchar a eso de las cuatro!
Angustias: ¡No sería él!
La Poncia: ¡Estoy segura!
Amelia: A mí también me pareció
Magdalena: ¡Qué cosa más rara!
La Poncia: Oye, Angustias, ¿qué fue lo que te dijo la primera vez que se acercó a tu ventana?
Angustias: Nada. ¡Qué me iba a decir? Cosas de conversación
Martirio: Verdaderamente es raro que dos personas que no se conocen se vean de pronto en una reja y ya novios
Angustias: Pues a mí no me chocó
Amelia: A mí me daría no sé qué
Angustias: No, porque cuando un hombre se acerca a una reja ya sabe por los que van y vienen, llevan y traen, que se le va a decir que sí
Martirio: Bueno, pero él te lo tendría que decir
Angustias: ¡Claro!
Amelia: ¿Y cómo te lo dijo?
Angustias: Pues, nada: 'Ya sabes que ando detrás de ti, necesito una mujer buena, modosa, y ésa eres tú, si me das la conformidad.'
Amelia: ¡A mí me da vergüenza de estas cosas!
Angustias: Y a mí, ¡pero hay que pasarlas!
La Poncia: ¿Y habló más?
Angustias: Sí, siempre habló él
Martirio: ¿Y tú?
Angustias: Yo no hubiera podido. Casi se me salía el corazón por la boca. Era la primera vez que estaba sola de noche con un hombre
Magdalena: Y un hombre tan guapo
Angustias: No tiene mal tipo
La Poncia: Esas cosas pasan entre personas ya un poco instruidas, que hablan y dicen y mueven la mano... La primera vez que mi marido Evaristo el Colorín vino a mi ventana
Amelia: ¿Qué pasó?
La Poncia: Era muy oscuro. Lo vi acercarse y, al llegar, me dijo: 'Buenas noches.' 'Buenas noches', le dije yo, y nos quedamos callados más de media hora. Me corría el sudor por todo el cuerpo. Entonces Evaristo se acercó, se acercó que se quería meter por los hierros, y dijo con voz muy baja: '¡Ven que te tiente!'
Amelia: ¡Ay! Creí que llegaba nuestra madre
Magdalena: ¡Buenas nos hubiera puesto!
Amelia: Chisst... ¡Que nos va a oír!
La Poncia: Luego se portó bien. En vez de darle por otra cosa, le dio por criar colorines hasta que murió. A vosotras, que sois solteras, os conviene saber de todos modos que el hombre a los quince días de boda deja la cama por la mesa, y luego la mesa por la tabernilla. Y la que no se conforma se pudre llorando en un rincón
Amelia: Tú te conformaste
La Poncia: ¡Yo pude con él!
Martirio: ¿Es verdad que le pegaste algunas veces?
La Poncia: Sí, y por poco lo dejo tuerto
Magdalena: ¡Así debían ser todas las mujeres!
La Poncia: Yo tengo la escuela de tu madre. Un día me dijo no sé qué cosa y le maté todos los colorines con la mano del almirez
Magdalena: Adela, niña, no te pierdas esto
Amelia: Adela
Magdalena: ¡Voy a ver!
La Poncia: ¡Esa niña está mala!
Martirio: Claro, ¡no duerme apenas!
La Poncia: Pues, ¿qué hace?
Martirio: ¡Yo qué sé lo que hace!
La Poncia: Mejor lo sabrás tú que yo, que duermes pared por medio
Angustias: La envidia la come
Amelia: No exageres
Angustias: Se lo noto en los ojos. Se le está poniendo mirar de loca
Martirio: No habléis de locos. Aquí es el único sitio donde no se puede pronunciar esta palabra
Magdalena: Pues, ¿no estabas dormida?
Adela: Tengo mal cuerpo
Martirio: ¿Es que no has dormido bien esta noche?
Adela: Sí
Martirio: ¿Entonces?
Adela: ¡Déjame ya! ¡Durmiendo o velando, no tienes por qué meterte en lo mío! ¡Yo hago con mi cuerpo lo que me parece!
Martirio: ¡Sólo es interés por ti!
Adela: Interés o inquisición. ¿No estabais cosiendo? Pues seguir. ¡Quisiera ser invisible, pasar por las habitaciones sin que me preguntarais dónde voy!
Criada: Bernarda os llama. Está el hombre de los encajes
Adela: ¡No me mires más! Si quieres te daré mis ojos, que son frescos, y mis espaldas, para que te compongas la joroba que tienes, pero vuelve la cabeza cuando yo pase
La Poncia: ¡Adela, que es tu hermana, y además la que más te quiere!
Adela: Me sigue a todos lados. A veces se asoma a mi cuarto para ver si duermo. No me deja respirar. Y siempre: '¡Qué lástima de cara! ¡Qué lástima de cuerpo, que no va a ser para nadie!' ¡Y eso no! Mi cuerpo será de quien yo quiera!
La Poncia: De Pepe el Romano, ¿no es eso?
Adela: ¿Qué dices?
La Poncia: ¡Lo que digo, Adela!
Adela: ¡Calla!
La Poncia: ¿Crees que no me he fijado?
Adela: ¡Baja la voz!
La Poncia: ¡Mata esos pensamientos!
Adela: ¿Qué sabes tú?
La Poncia: Las viejas vemos a través de las paredes. ¿Dónde vas de noche cuando te levantas?
Adela: ¡Ciega debías estar!
La Poncia: Con la cabeza y las manos llenas de ojos cuando se trata de lo que se trata. Por mucho que pienso no sé lo que te propones. ¿Por qué te pusiste casi desnuda con la luz encendida y la ventana abierta al pasar Pepe el segundo día que vino a hablar con tu hermana?
Adela: ¡Eso no es verdad!
La Poncia: ¡No seas como los niños chicos! Deja en paz a tu hermana y si Pepe el Romano te gusta te aguantas. Además, ¿quién dice que no te puedas casar con él? Tu hermana Angustias es una enferma. Ésa no resiste el primer parto. Es estrecha de cintura, vieja, y con mi conocimiento te digo que se morirá. Entonces Pepe hará lo que hacen todos los viudos de esta tierra: se casará con la más joven, la más hermosa, y ésa eres tú. Alimenta esa esperanza, olvídalo. Lo que quieras, pero no vayas contra la ley de Dios
Adela: ¡Calla!
La Poncia: ¡No callo!
Adela: Métete en tus cosas, ¡oledora! ¡pérfida!
La Poncia: ¡Sombra tuya he de ser!
Adela: En vez de limpiar la casa y acostarte para rezar a tus muertos, buscas como una vieja marrana asuntos de hombres y mujeres para babosear en ellos
La Poncia: ¡Velo! Para que las gentes no escupan al pasar por esta puerta
Adela: ¡Qué cariño tan grande te ha entrado de pronto por mi hermana!
La Poncia: No os tengo ley a ninguna, pero quiero vivir en casa decente. ¡No quiero mancharme de vieja!
Adela: Es inútil tu consejo. Ya es tarde. No por encima de ti, que eres una criada, por encima de mi madre saltaría para apagarme este fuego que tengo levantado por piernas y boca. ¿Qué puedes decir de mí? ¿Que me encierro en mi cuarto y no abro la puerta? ¿Que no duermo? ¡Soy más lista que tú! Mira a ver si puedes agarrar la liebre con tus manos
La Poncia: No me desafíes. ¡Adela, no me desafíes! Porque yo puedo dar voces, encender luces y hacer que toquen las campanas
Adela: Trae cuatro mil bengalas amarillas y ponlas en las bardas del corral. Nadie podrá evitar que suceda lo que tiene que suceder
La Poncia: ¡Tanto te gusta ese hombre!
Adela: ¡Tanto! Mirando sus ojos me parece que bebo su sangre lentamente
La Poncia: Yo no te puedo oír
Adela: ¡Pues me oirás! Te he tenido miedo. ¡Pero ya soy más fuerte que tú!
Angustias: ¡Siempre discutiendo!
La Poncia: Claro, se empeña en que, con el calor que hace, vaya a traerle no sé qué cosa de la tienda
Angustias: ¿Me compraste el bote de esencia?
La Poncia: El más caro. Y los polvos. En la mesa de tu cuarto los he puesto
Adela: ¡Y chitón!
La Poncia: ¡Lo veremos!
Magdalena: ¿Has visto los encajes?
Amelia: Los de Angustias para sus sábanas de novia son preciosos
Adela: ¿Y éstos?
Martirio: Son para mí. Para una camisa
Adela: ¡Se necesita buen humor!
Martirio: Para verlos yo. No necesito lucirme ante nadie
La Poncia: Nadie la ve a una en camisa
Martirio: ¡A veces! Pero me encanta la ropa interior. Si fuera rica la tendría de holanda. Es uno de los pocos gustos que me quedan
La Poncia: Estos encajes son preciosos para las gorras de niño, para mantehuelos de cristianar. Yo nunca pude usarlos en los míos. A ver si ahora Angustias los usa en los suyos. Como le dé por tener crías vais a estar cosiendo mañana y tarde
Magdalena: Yo no pienso dar una puntada
Amelia: Y mucho menos cuidar niños ajenos. Mira tú cómo están las vecinas del callejón, sacrificadas por cuatro monigotes
La Poncia: Ésas están mejor que vosotras. ¡Siquiera allí se ríe y se oyen porrazos!
Martirio: Pues vete a servir con ellas
La Poncia: No. ¡Ya me ha tocado en suerte este convento!
Magdalena: Son los hombres que vuelven al trabajo
La Poncia: Hace un minuto dieron las tres
Martirio: ¡Con este sol!
Adela: ¡Ay, quién pudiera salir también a los campos!
Magdalena: ¡Cada clase tiene que hacer lo suyo!
Martirio: ¡Así es!
Amelia: ¡Ay!
La Poncia: No hay alegría como la de los campos en esta época. Ayer de mañana llegaron los segadores. Cuarenta o cincuenta buenos mozos
Magdalena: ¿De dónde son este año?
La Poncia: De muy lejos. Vinieron de los montes. ¡Alegres! ¡Como árboles quemados! ¡Dando voces y arrojando piedras! Anoche llegó al pueblo una mujer vestida de lentejuelas y que bailaba con un acordeón, y quince de ellos la contrataron para llevársela al olivar. Yo los vi de lejos. El que la contrataba era un muchacho de ojos verdes, apretado como una gavilla de trigo
Amelia: ¿Es eso cierto?
Adela: ¡Pero es posible!
La Poncia: Hace años vino otra de éstas y yo misma di dinero a mi hijo mayor para que fuera. Los hombres necesitan estas cosas
Adela: Se les perdona todo
Amelia: Nacer mujer es el mayor castigo
Magdalena: Y ni nuestros ojos siquiera nos pertenecen
La Poncia: Son ellos. Traen unos cantos preciosos
Amelia: Ahora salen a segar
Coro
Ya salen los segadores
En busca de las espigas
Se llevan los corazones
De las muchachas que miran
Amelia: ¡Y no les importa el calor!
Martirio: Siegan entre llamaradas
Adela: Me gustaría segar para ir y venir. Así se olvida lo que nos muerde
Martirio: ¿Qué tienes tú que olvidar?
Adela: Cada una sabe sus cosas
Martirio: ¡Cada una!
La Poncia: ¡Callar! ¡Callar!
Coro
Abrir puertas y ventanas
Las que vivís en el pueblo
El segador pide rosas
Para adornar su sombrero
La Poncia: ¡Qué canto!
Martirio
Abrir puertas y ventanas
Las que vivís en el pueblo
Adela
El segador pide rosas
Para adornar su sombrero
La Poncia: Ahora dan la vuelta a la esquina
Adela: Vamos a verlos por la ventana de mi cuarto
La Poncia: Tened cuidado con no entreabrirla mucho, porque son capaces de dar un empujón para ver quién mira
Amelia: ¿Qué te pasa?
Martirio: Me sienta mal el calor
Amelia: ¿No es más que eso?
Martirio: Estoy deseando que llegue noviembre, los días de lluvia, la escarcha; todo lo que no sea este verano interminable
Amelia: Ya pasará y volverá otra vez
Martirio: ¡Claro! ¿A qué hora te dormiste anoche?
Amelia: No sé. Yo duermo como un tronco. ¿Por qué?
Martirio: Por nada, pero me pareció oír gente en el corral
Amelia: ¿Sí?
Martirio: Muy tarde
Amelia: ¿Y no tuviste miedo?
Martirio: No. Ya lo he oído otras noches
Amelia: Debíamos tener cuidado. ¿No serían los gañanes?
Martirio: Los gañanes llegan a las seis
Amelia: Quizá una mulilla sin desbravar
Martirio: ¡Eso, eso!, una mulilla sin desbravar
Amelia: ¡Hay que prevenir!
Martirio: ¡No, no! No digas nada. Puede ser un barrunto mío
Amelia: Quizá
Martirio: Amelia
Amelia: ¿Qué?
Martirio: Nada
Amelia: ¿Por qué me llamaste?
Martirio: Se me escapó. Fue sin darme cuenta
Amelia: Acuéstate un poco
Angustias: ¿Dónde está el retrato de Pepe que tenía yo debajo de mi almohada? ¿Quién de vosotras lo tiene?
Martirio: Ninguna
Amelia: Ni que Pepe fuera un San Bartolomé de plata
Angustias: ¿Dónde está el retrato?
Adela: ¿Qué retrato?
Angustias: Una de vosotras me lo ha escondido
Magdalena: ¿Tienes la desvergüenza de decir esto?
Angustias: Estaba en mi cuarto y no está
Martirio: ¿Y no se habrá escapado a medianoche al corral? A Pepe le gusta andar con la luna
Angustias: ¡No me gastes bromas! Cuando venga se lo contaré
La Poncia: ¡Eso, no! ¡Porque aparecerá!
Angustias: ¡Me gustaría saber cuál de vosotras lo tiene!
Adela: ¡Alguna! ¡Todas, menos yo!
Martirio: ¡Desde luego!
Bernarda: ¿Qué escándalo es éste en mi casa y con el silencio del peso del calor? Estarán las vecinas con el oído pegado a los tabiques
Angustias: Me han quitado el retrato de mi novio
Bernarda: ¿Quién? ¿Quién?
Angustias: ¡Éstas!
Bernarda: ¿Cuál de vosotras? ¡Contestarme! Registra los cuartos, mira por las camas. Esto tiene no ataros más cortas. ¡Pero me vais a soñar! (A Angustias.) ¿Estás segura?
Angustias: Sí
Bernarda: ¿Lo has buscado bien?
Angustias: Sí, madre
Bernarda: Me hacéis al final de mi vida beber el veneno más amargo que una madre puede resistir. ¿No lo encuentras?
La Poncia: Aquí está
Bernarda: ¿Dónde lo has encontrado?
La Poncia: Estaba
Bernarda: Dilo sin temor
La Poncia: Entre las sábanas de la cama de Martirio
Bernarda: ¿Es verdad?
Martirio: ¡Es verdad!
Bernarda: ¡Mala puñalada te den, mosca muerta! ¡Sembradura de vidrios!
Martirio: ¡No me pegue usted, madre!
Bernarda: ¡Todo lo que quiera!
Martirio: ¡Si yo la dejo! ¿Lo oye? ¡Retírese usted!
La Poncia: No faltes a tu madre
Angustias: Déjela. ¡Por favor!
Bernarda: Ni lágrimas te quedan en esos ojos
Martirio: No voy a llorar para darle gusto
Bernarda: ¿Por qué has cogido el retrato?
Martirio: ¿Es que yo no puedo gastar una broma a mi hermana? ¿Para qué otra cosa lo iba a querer?
Adela: No ha sido broma, que tú no has gustado nunca de juegos. Ha sido otra cosa que te reventaba el pecho por querer salir. Dilo ya claramente
Martirio: ¡Calla y no me hagas hablar, que si hablo se van a juntar las paredes unas con otras de vergüenza!
Adela: ¡La mala lengua no tiene fin para inventar!
Bernarda: ¡Adela!
Magdalena: Estáis locas
Amelia: Y nos apedreáis con malos pensamientos
Martirio: Otras hacen cosas más malas
Adela: Hasta que se pongan en cueros de una vez y se las lleve el río
Bernarda: ¡Perversa!
Angustias: Yo no tengo la culpa de que Pepe el Romano se haya fijado en mí
Adela: ¡Por tus dineros!
Angustias: ¡Madre!
Bernarda: ¡Silencio!
Martirio: Por tus marjales y tus arboledas
Magdalena: ¡Eso es lo justo!
Bernarda: ¡Silencio digo! Yo veía la tormenta venir, pero no creía que estallara tan pronto. ¡Ay, qué pedrisco de odio habéis echado sobre mi corazón! Pero todavía no soy anciana y tengo cinco cadenas para vosotras y esta casa levantada por mi padre para que ni las hierbas se enteren de mi desolación. ¡Fuera de aquí! ¡Tendré que sentarles la mano! Bernarda, ¡acuérdate que ésta es tu obligación!
La Poncia: ¿Puedo hablar?
Bernarda: Habla. Siento que hayas oído. Nunca está bien una extraña en el centro de la familia
La Poncia: Lo visto, visto está
Bernarda: Angustias tiene que casarse en seguida
La Poncia: Hay que retirarla de aquí
Bernarda: No a ella. ¡A él!
La Poncia: ¡Claro, a él hay que alejarlo de aquí! Piensas bien
Bernarda: No pienso. Hay cosas que no se pueden ni se deben pensar. Yo ordeno
La Poncia: ¿Y tú crees que él querrá marcharse?
Bernarda: ¿Qué imagina tu cabeza?
La Poncia: Él, claro, ¡se casará con Angustias!
Bernarda: Habla. Te conozco demasiado para saber que ya me tienes preparada la cuchilla
La Poncia: Nunca pensé que se llamara asesinato al aviso
Bernarda: ¿Me tienes que prevenir algo?
La Poncia: Yo no acuso, Bernarda. Yo sólo te digo: abre los ojos y verás
Bernarda: ¿Y verás qué?
La Poncia: Siempre has sido lista. Has visto lo malo de las gentes a cien leguas. Muchas veces creí que adivinabas los pensamientos. Pero los hijos son los hijos. Ahora estás ciega
Bernarda: ¿Te refieres a Martirio?
La Poncia: Bueno, a Martirio... ¿Por qué habrá escondido el retrato?
Bernarda: Después de todo ella dice que ha sido una broma. ¿Qué otra cosa puede ser?
La Poncia: ¿Tú lo crees así?
Bernarda: No lo creo. ¡Es así!
La Poncia: Basta. Se trata de lo tuyo. Pero si fuera la vecina de enfrente, ¿qué sería?
Bernarda: Ya empiezas a sacar la punta del cuchillo
La Poncia: No, Bernarda, aquí pasa una cosa muy grande. Yo no te quiero echar la culpa, pero tú no has dejado a tus hijas libres. Martirio es enamoradiza, digas lo que tú quieras. ¿Por qué no la dejaste casar con Enrique Humanes? ¿Por qué el mismo día que iba a venir a la ventana le mandaste recado que no viniera?
Bernarda: ¡Y lo haría mil veces! Mi sangre no se junta con la de los Humanes mientras yo viva! Su padre fue gañán
La Poncia: ¡Y así te va a ti con esos humos!
Bernarda: Los tengo porque puedo tenerlos. Y tú no los tienes porque sabes muy bien cuál es tu origen
La Poncia: ¡No me lo recuerdes! Estoy ya vieja, siempre agradecí tu protección
Bernarda: ¡No lo parece!
La Poncia: A Martirio se le olvidará esto
Bernarda: Y si no lo olvida peor para ella. No creo que ésta sea la «cosa muy grande» que aquí pasa. Aquí no pasa nada. ¡Eso quisieras tú! Y si pasara algún día estáte segura que no traspasaría las paredes
La Poncia: ¡Eso no lo sé yo! En el pueblo hay gentes que leen también de lejos los pensamientos escondidos
Bernarda: ¡Cómo gozarías de vernos a mí y a mis hijas camino del lupanar!
La Poncia: ¡Nadie puede conocer su fin!
Bernarda: ¡Yo sí sé mi fin! ¡Y el de mis hijas! El lupanar se queda para alguna mujer ya difunta
La Poncia: ¡Bernarda! ¡Respeta la memoria de mi madre!
Bernarda: ¡No me persigas tú con tus malos pensamientos!
La Poncia: Mejor será que no me meta en nada
Bernarda: Eso es lo que debías hacer. Obrar y callar a todo. Es la obligación de los que viven a sueldo
La Poncia: Pero no se puede. ¿A ti no te parece que Pepe estaría mejor casado con Martirio o... ¡sí!, con Adela?
Bernarda: No me parece
La Poncia: Adela. ¡Ésa es la verdadera novia del Romano!
Bernarda: Las cosas no son nunca a gusto nuestro
La Poncia: Pero les cuesta mucho trabajo desviarse de la verdadera inclinación. A mí me parece mal que Pepe esté con Angustias, y a las gentes, y hasta al aire. ¡Quién sabe si se saldrán con la suya!
Bernarda: ¡Ya estamos otra vez!... Te deslizas para llenarme de malos sueños. Y no quiero entenderte, porque si llegara al alcance de todo lo que dices te tendría que arañar
La Poncia: ¡No llegará la sangre al río!
Bernarda: ¡Afortunadamente mis hijas me respetan y jamás torcieron mi voluntad!
La Poncia: ¡Eso sí! Pero en cuanto las dejes sueltas se te subirán al tejado
Bernarda: ¡Ya las bajaré tirándoles cantos!
La Poncia: ¡Desde luego eres la más valiente!
Bernarda: ¡Siempre gasté sabrosa pimienta!
La Poncia: ¡Pero lo que son las cosas! A su edad. ¡Hay que ver el entusiasmo de Angustias con su novio! ¡Y él también parece muy picado! Ayer me contó mi hijo mayor que a las cuatro y media de la madrugada, que pasó por la calle con la yunta, estaban hablando todavía
Bernarda: ¡A las cuatro y media!
Angustias: ¡Mentira!
La Poncia: Eso me contaron
Bernarda: ¡Habla!
Angustias: Pepe lleva más de una semana marchándose a la una. Que Dios me mate si miento
Martirio: Yo también lo sentí marcharse a las cuatro
Bernarda: Pero, ¿lo viste con tus ojos?
Martirio: No quise asomarme. ¿No habláis ahora por la ventana del callejón?
Angustias: Yo hablo por la ventana de mi dormitorio
Martirio: Entonces
Bernarda: ¿Qué es lo que pasa aquí?
La Poncia: ¡Cuida de enterarte! Pero, desde luego, Pepe estaba a las cuatro de la madrugada en una reja de tu casa
Bernarda: ¿Lo sabes seguro?
La Poncia: Seguro no se sabe nada en esta vida
Adela: Madre, no oiga usted a quien nos quiere perder a todas
Bernarda: ¡Yo sabré enterarme! Si las gentes del pueblo quieren levantar falsos testimonios se encontrarán con mi pedernal. No se hable de este asunto. Hay a veces una ola de fango que levantan los demás para perdernos
Martirio: A mí no me gusta mentir
La Poncia: Y algo habrá
Bernarda: No habrá nada. Nací para tener los ojos abiertos. Ahora vigilaré sin cerrarlos ya hasta que me muera
Angustias: Yo tengo derecho de enterarme
Bernarda: Tú no tienes derecho más que a obedecer. Nadie me traiga ni me lleve. Y tú te metes en los asuntos de tu casa. ¡Aquí no se vuelve a dar un paso que yo no sienta!
Criada: ¡En lo alto de la calle hay un gran gentío y todos los vecinos están en sus puertas!
Bernarda: ¡Corre a enterarte de lo que pasa! ¿Dónde vais? Siempre os supe mujeres ventaneras y rompedoras de su luto. ¡Vosotras al patio!
Martirio: Agradece a la casualidad que no desaté mi lengua
Adela: También hubiera hablado yo
Martirio: ¿Y qué ibas a decir? ¡Querer no es hacer!
Adela: Hace la que puede y la que se adelanta. Tú querías, pero no has podido
Martirio: No seguirás mucho tiempo
Adela: ¡Lo tendré todo!
Martirio: Yo romperé tus abrazos
Adela: ¡Martirio, déjame!
Martirio: ¡De ninguna!
Adela: ¡Él me quiere para su casa!
Martirio: ¡He visto cómo te abrazaba!
Adela: Yo no quería. He ido como arrastrada por una maroma
Martirio: ¡Primero muerta!
La Poncia: ¡Bernarda!
Bernarda: ¿Qué ocurre?
La Poncia: La hija de la Librada, la soltera, tuvo un hijo no se sabe con quién
Adela: ¿Un hijo?
La Poncia: Y para ocultar su vergüenza lo mató y lo metió debajo de unas piedras; pero unos perros, con más corazón que muchas criaturas, lo sacaron y como llevados por la mano de Dios lo han puesto en el tranco de su puerta. Ahora la quieren matar. La traen arrastrando por la calle abajo, y por las trochas y los terrenos del olivar vienen los hombres corriendo, dando unas voces que estremecen los campos
Bernarda: Sí, que vengan todos con varas de olivo y mangos de azadones, que vengan todos para matarla
Adela: ¡No, no, para matarla no!
Martirio: Sí, y vamos a salir también nosotras
Bernarda: Y que pague la que pisotea su decencia
Adela: ¡Que la dejen escapar! ¡No salgáis vosotras!
Martirio: ¡Que pague lo que debe!
Bernarda: ¡Acabar con ella antes que lleguen los guardias! ¡Carbón ardiendo en el sitio de su pecado!
Adela: ¡No! ¡No!
Bernarda: ¡Matadla! ¡Matadla!
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