Fingertips es como abrir el diario secreto de Lana Del Rey: un mosaico de recuerdos familiares, preguntas existenciales y destellos de glamour agrietado. Mientras acaricia bolsas de plástico y calcula telómeros imaginarios, la cantante repasa escenas con su padre, su hermana Caroline, su hermano Charlie y amigos que ya no están. Todo fluye en un monólogo susurrado que mezcla ansiedad por la maternidad, dudas sobre su salud mental, la muerte de seres queridos y la presión surrealista de cantar para un príncipe en Mónaco. Entre playas de Rhode Island y la idea de un panteón familiar, Lana se pregunta si el amor de los suyos podrá salvarla del vacío.
Al final, la canción ofrece un pequeño respiro: “me doy dos segundos para llorar” y luego regresa la calma de una “queen of empathy”. Esa dualidad —ser una diosa marina y al mismo tiempo una chica asustada de 15 años— convierte el tema en un viaje íntimo hacia la autoaceptación. Fingertips no entrega una moraleja cerrada; invita al oyente a rozar con la punta de los dedos sus propias cicatrices, respirar hondo y recordar que, incluso en la oscuridad, es posible encontrar belleza y seguir adelante.