¿Amor auténtico o simple magnetismo del ritmo? Esa es la gran pregunta que Miley Cyrus plantea en Who Owns My Heart. La canción nos sitúa en una pista de baile saturada de luces, beats vibrantes y una química que chispea al menor roce. Mientras la música sube de intensidad, la cantante siente cómo la adrenalina le recorre las venas y se pregunta si lo que está experimentando es un flechazo genuino o solo el hechizo de la melodía que retumba en el ambiente.
En este juego de sensaciones, Miley compara la conexión con su acompañante a una obra de arte viviente: “You know, I wanna believe that we’re a masterpiece”. Sin embargo, en medio de la penumbra del club, distinguir entre la pasión real y la fantasía creada por la música se vuelve complicado. Así, la canción se convierte en un himno pop que examina la línea borrosa entre deseo y espectáculo, invitándonos a reflexionar sobre quién —o qué— es el verdadero dueño de nuestro corazón cuando el ritmo late más fuerte que la razón.